De un tiempo a esta parte, hay una tendencia que apunta al modelo educativo del futuro. Es evidente la irrupción de la tecnología en absolutamente todos los ámbitos, no sólo laborales, sino económicos y sociales. Pero no es esta la tendencia que a la que quiero apuntar yo, sino la necesidad de una formación continua a la que obliga el trepidante avance de dicha tecnología.
Formación continua. Los términos lo identifican perfectamente. En lenguaje llano… un no parar. Y así es. Un no parar. Hemos pasado de un esquema en el que el conocimiento lo era todo… a otro en el que disponemos de un conocimiento casi de “usar y tirar”. Conocimiento inmediato, a golpe de tecla, que se puede llevar a la práctica inmediatamente.
– Me he visto un tutorial en Internet y me he arreglado el lavaplatos…
Para venirse arriba, ¡oiga!
Y, efectivamente, lo es. A golpe e tecla, cada uno puede convertirse en un experto en pocos minutos. Solucionar un problema, apaga y vámonos. Tema resuelto. Si encima hay interés por la materia… y se comparte, rápidamente podemos pasar de ser consumidores de información a “generadores” de la misma. Y entonces serán otros los que soluciones sus problemas con el fruto de nuestra materia gris.
Pero en este mundo conviene separar “churras de merinas”. Disponer de un conocimiento teóricamente ilimitado y de acceso inmediato no suple una base necesaria de la que se ha hablado por aquí en muchas ocasiones: las relaciones interpersonales. Sobre este ámbito es algo más complicado. No digo que imposible, pero sí, más complicado. Hasta el momento, cada persona es un mundo, y aunque podamos leer, tratar de aprender, y ejercitar este tipo de habilidades… lo siento, hay un factor -llamémosle- innato con el que hay que contar. El que tiene, tiene, y el que no… pues lo tiene más difícil. No es lo mismo aprender a vencer la timidez.. que directamente no ser tímido. O tener don de gentes. O ser gracioso. O ser… inteligente.
Se es. O no se es. Así de sencillo y así de duro.
Si se tiene o se es, estupendo. ¡Enhorabuena!.
Pero si no se tiene o no se es… en la carencia, es donde está la oportunidad de mejora. Y ser consciente de esta carencia es el mejor paso que se puede dar. Entramos en un terreno donde el principal responsable es nuestro cerebro. El cerebro humano. A día de hoy, el mecanismo conocido más complejo que ha existido y existe. (No me aventuro a decir «existirá»…)
Y como “mecanismo” (sé que el nombre no define la maravilla que es, pero ruego me disculpéis la licencia de llamarlo así, con fines únicamente ilustrativos), conocer su funcionamiento puede aportarnos bastante.
Desafortunadamente no viene con libro de instrucciones, porque cada uno es cada uno, y esa máquina nos viene “de serie”. Cada uno con la suya. “Customizada” para nosotros. Y sobre este complejo asunto me vienen a la cabeza dos referencias: la primera, contenida en la “Trilogía de Auschwitz”, de Primo Levi, que en su magnífico (aunque estremecedor) relato perfila hombres de muy poca inteligencia… pero con una capacidad asombrosa para adaptarse al horripilante entorno del campo de concentración (¿?).
Y la segunda, uno de mis libros de cabecera: “Pensar rápido, pensar despacio”, de Daniel Kahneman, un texto que nos da a conocer en profundidad, pero de una manera asombrosamente comprensible y amena, el funcionamiento de tan maravilloso “mecanismo”, tratando temas tan relevantes como las percepciones, los sesgos cognitivos, las perspectivas e incluso la felicidad. Es, en resumen, un libro, si no capaz de elevar esa inteligencia que nos viene de serie, muy efectivo a la hora de hacernos conscientes de nuestras limitaciones… pero también de como racionalizarlas, ponerlas jugar a nuestro favor y, por ejemplo, ayudarnos a tomar decisiones en entornos de alta incertidumbre.
Dos referencia para la búsqueda de la (f)independencia: adaptación al entorno y auto conocimiento…¡casi nada!