¿De qué crees que te vas a arrepentir dentro de 10 años?

Antes de nada…¡Feliz año nuevo!

Empiezo 2019 con este “regalo” para meditar… 

– ¿De qué te arrepentirás dentro de 10 años?

Vaya preguntita.

He de reconocer que no es mía. Pero cuando me la formularon me sentí bastante incómodo…

Creo que es una pregunta con la que probablemente no se reaccionará igual a los 20, a los 30, a los 40 o a los 50…

Pero eso… ¿te has parado a pensar de qué te arrepentirás dentro de 10 años?.

Curioso: al final resulta que nos arrepentimos mucho más de lo que NO hemos hecho que de cualquier otra cosa.

Tengo que reconocer que esta entrada es un poco oportunista: aprovecha el comienzo de año (esas fechas que se inundan de fenomenales propósitos) para plantear una duda y provocar una reacción…

– ¿De qué te arrepentirás dentro de 10 años?

Párate a pensar: puede ser que ya te estés arrepintiendo de lo que no hiciste hace diez años… ese viaje que dejaste escapar, esa llamada que podría haber puesto las cosas en su sitio, esa amistad que dejaste escapar, esa locura que al fin y al cabo no era tan loca y no llegó nunca a ser sólo por el qué dirán…

Pero también, tal vez ahora hablarías mejor inglés… o en vez de haberte comprado aquel capricho dispondrías ahora de ese dinerillo que te vendría tan bien…

Yo empecé a invertir hace ya bastante tiempo. Pero el día que entendí cómo funcionaba todo esto, podéis creeros que me tiré de los pelos por no haber empezado mucho, muchísimo antes.

Hablar ahora de lo que no se hizo en el pasado es como el discurso del “analisto” financiero de turno explicando la debacle la compañía X, que estaba clarísimo que iba a la bancarrota pero que nadie lo vió. Tal vez ese curso que no hicimos, requería robar algunas horas al sueño. Ese cambio profesional dependía de ello, pero claro, había que ponerse manos a la obra.

Afortunadamente, tenemos una nueva oportunidad. Podemos trazar un nuevo plan. Diseñar un futuro con variaciones sobre lo que no espera si seguimos igual. Diez años es tiempo más que suficiente para dominar un nuevo idioma, o una afición, para ahorrar y hacer ese viaje, o para crear un pequeño patrimonio

– ¿De qué te arrepentirás dentro de 10 años?.

Haz un plan. Síguelo. Trabaja en él.

No es complicado. En la mayoría de los casos, una vez exista el plan, “sólo” requerirá constancia.

«Los primeros pasos no te llevan donde quieres ir, pero te sacan de donde quieres salir».

Empieza a diseñarlo HOY.

«Algún día» nunca llega.

«Algún día nunca llega» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


El otro día escuché una frase de esas que hacen girar la cabeza: dos personas hablaban de cómo ejecutar un proyecto. Y uno de ellos dijo: “Debemos esperar el momento adecuado”.

Si la frase hubiese terminado allí, sería otra de tantas declaraciones de intenciones supeditadas a que pasase algo ajeno al proyecto que indicase que “el momento ha llegado”. Pero la conversación continuó…

  • “Debemos esperar el momento adecuado… o crearlo.”

¡Toma ya! Eso es otra cosa. Me gusta tanto que lo voy a repetir:  “Debemos esperar el momento adecuado… o crearlo”.

No pude oír más. Pero la reflexión fue inevitable (tanto que hoy la plasmo por aquí). La afirmación refleja una manera de enfrentarse a la vida que yo he entendido como una gran lección. De hecho, creo que los habituales que se pasean por aquí, la hemos asumido sin darnos cuenta. El mejor momento (para iniciar cualquier cosa) es probable que nunca llegue. Y en esa tesitura, la manera de actuar puede ser de dos formas:

  • Esperar indefinidamente (con la frustración, el desasosiego y la sensación de los días… los meses y los años que pasan… sin el esperado cambio)

“Y se me escapa la vida,

ganando velocidad,

como piedra en su caída”.

(Jorge Guillén)

  • Esperar lo justo… y, llegado el día, cambiar el plan para crear ese escenario que no termina de llegar.

Para esto una vez más, hay que quitar ambigüedad al asunto. ¿Qué es necesario para poder arrancar? Siempre he dicho que “la ambigüedad mata los proyectos”. Y estoy absolutamente convencido de ello. No es lo mismo decir “no tengo dinero”, que “necesito 20.000€ para llevarlo a cabo”. Esta segunda frase cambia directamente el contexto. Para empezar, no es una negación, sino una afirmación, y para continuar, concreta una cantidad que puede convertirse en un reto a alcanzar. Y si somos capaces de volver el proceso de “desambiguación” recursivo, lo siguiente es preguntarse ¿cómo voy a conseguir esos 20.000€?… y ¿cuánto voy a tardar?. Lo fácil es endeudarse. Pero eso ya es cosa de cada uno…

De nuevo, hacerse preguntas debería acudir en nuestra ayuda: en caso de fracaso, ¿podrías soportar el pago de la deuda?… o ¿no sería mejor rebajar el importe a pedir prestado para tener un mayor margen de seguridad?. ¿Si ahorro/invierto X tiempo puedo llegar a tener esos 20.000€?… No sé cómo lo veis vosotros, pero este segundo escenario me proporciona una dosis de realidad con la que trabajar, con la que por lo menos intentar algo. Un punto de partida y un objetivo…. En el momento que demos el primer paso, habremos dejado de esperar y habremos empezado a crear ese momento adecuado. Podemos tardar un año o tres. Pero estamos en el camino. Y una vez en el camino, tal vez percibamos que el destino, después de todo, no es la recompensa, sino que también puede disfrutarse el camino.

Y todo esto encaja mucho más con la realidad: las cosas pasan… pero a veces es necesario dejar de esperar y hacer algo para que pasen, porque como cantaba la “Creedence”… “Someday never comes”. (¡Qué temazo!).

En muchas ocasiones siento envidia.

«En muchas ocasiones siento envidia» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Creo que ya ha quedado escrito en una de estas páginas nuestra manera de pensar sobre la propiedad: aquí, “lo que es tuyo es tuyo, y lo que es de todos no es de nadie”. Esto, en contraposición a los países nórdicos, donde “lo que es tuyo es tuyo y lo que es de todos también es tuyo”, nos hace un flaco favor.

Esta forma de pensar, inunda todo lo que la rodea. Se cuela en nuestra vida cotidiana por cada resquicio. Así, el mobiliario público se vandaliza, metiéndonos a todos en una rueda de pagar excesivos costes de mantenimiento por todo. No se respetan vagones de metro y autobuses, ni bicicletas públicas. Ni marquesinas de autobuses. Nada del mobiliario urbano. Ni siquiera se respetan las más elementales normas de convivencia: las calles están sucias, se deterioran… No nos damos cuenta de lo caro que nos sale pensar así.

Me da la impresión de que aunque tengamos casos de éxito donde mirar… de dónde copiar… no aprendemos…. No queremos aprender.

Me llevo el ejemplo también a la política: parece que los presupuestos, pagados a l final entre todos, más que ser lo que son, se convierten en una arma política… un juguete en manos que ya no dudo ni un ápice que no son las más adecuadas. Esos presupuestos también son nuestros. Y con eso no se juega. Parece que no nos damos cuenta, pero la política pone a su merced todo lo que toca: los presupuestos… pero también los planes de pensiones, la seguridad social, la educación… Se negocia sobre nuestros derechos… pero como si no fueran nuestros individualmente. Como son para todos, no son para nadie… y así se prestan al menudeo. Al vandalismo.

Y así nos cuestan lo que nos cuestan. Mantener ese “vandalismo” nos sale carísimo. Pero ahí seguimos, como espectadores de una “pachanga” en la que la pelota son nuestros derechos. Un espectáculo lamentable, con un público pasivo y, de alguna forma, anestesiado.

Lo más grave, es que encima, una vez depositado nuestro voto en la urna, los “jugadores”, hacen exactamente lo mismo con sus responsabilidades: el voto de todos se convierte en el de nadie, y entonces ya vale todo: donde dije “digo”, digo “Diego”… y aquí no pasa nada. La responsabilidad de los políticos debería ser casi sagrada. Un cargo electo asume la enorme responsabilidad de representar a todos sus votantes. Y debe hacerlo impecablemente.

Envidio cosas como esta:

El parlamentario británico dimite por llegar unos minutos tarde y no estar presente en el momento en que tenía que responder a una consulta. Una respuesta que lleva detrás el voto y confianza de miles y miles de personas. Representar a miles de personas es una responsabilidad muy grande. (¿Llegarías tú tarde a la hora de cobrar «el Gordo» para tus compañeros?… Seguro que no. También es una responsabilidad muy grande… pero ínfima al lado de la que ostenta cualquier cargo público. Y los presupuestos del estado seguro que llevan muchos más ceros que el premio de la lotería…).

Esto pasa en otras partes del mundo mientras nuestros políticos juegan con el móvil en el congreso.

Al final, nosotros somos en parte culpables: culpables por lo menos de aceptar las cosas como son… y no hacer nada por transformarlas en lo que deberían ser. Por asumir que los políticos, sólo por serlo, pueden hacer lo que les venga en gana, en lugar de representarnos, que es para lo que realmente están.

De lo que nos cuesta, ya hablaré en otra ocasión.

 

Con los números en nuestra contra.

«Con los números en nuestra contra» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


En alguna ocasión he mencionado por aquí que en el mundillo de los buscadores de independencia financiera hay un factor determinante que eleva las probabilidades de su éxito: el convencimiento.

Yo lo tengo. Pero siendo racional, llego a la conclusión de que sólo ese convencimiento no es suficiente para sacar adelante el plan. Además, hace falta un poco de conocimiento (muy poco), mucha determinación, y sobre todo, eliminar el “ruido del ambiente” que trata de apartarnos de nuestro plan, o de viciarlo…

Algunos números no nos dan la razón: por ejemplo, es bastante desolador ver que si una inversión de 1000€ sube un 10% para caer luego otro 10%… nos deja peor que al principio. Los primeros 1000€, tras la subida, sumarían 1100€, pero con la bajada… se quedarían en 990€. Y si le damos la vuelta al escenario, tampoco salimos muy bien parados: si perdemos un 10% y luego lo volvemos a ganar… también salimos mal: los 1000€ iniciales se quedarían en 900€ y tras la subida se quedarían en 990€. ¡Vaya plan, oiga!

Y luego, está la erosión que suponen las comisiones de compraventa de activos, por un lado, y la voracidad recaudatoria del estado, que sólo si ganas quiere participar de la “fiesta”…

Pero aun así, algunos (no demasiados), exprimimos los números, trazamos un plan viable, y nos atamos a él cuando todas las señales indican que lo contrario es más prudente… y que el camino es demasiado largo y frágil como para que todo salga medianamente bien. Pero ahí seguimos.

Para dar un poco más de emoción al asunto, el “terreno” sobre el que nos movemos, tampoco es demasiado favorable… Comisiones, inflación, volatilidad… y un nada cierto que hace que cualquiera sin ese convencimiento y determinación nos mire como fuéramos locos. Eso, y lo que yo denomino el “ruido del ambiente”, que no es más que la infinidad de señales que se generan cada día… y que al final, poco o ningún fundamento tienen, porque en el corto plazo, nadie sabe qué va a pasar. Así, la prensa salmón y muchos blogs especializados en finanzas… no ayuda demasiado, presentando noticias (y en ocasiones augurios) que luego no tienen un reflejo real en el mercado. Siempre justificando con datos pasados por qué tal o cual escenario no se materializó…

También las personas, que nos persuaden de invertir. Muchas sin ni siquiera haber invertido un solo €uro en su vida más allá de una cuenta de colores con una “alta rentabilidad”, que dejó de ser tan alta (e incluso tan rentabilidad, si se tiene en cuenta la inflación) hace ya bastantes años. O con le vertiente de vernos como tahúres que nos jugamos los haberes en un casino global en el que estamos todos condenados a perder. O tratando de alejarnos del “maligno” mundo de las empresas, que es verdad que algunas tienen un “reverso tenebroso”, pero muchas, muchas otras generan empleo, tienen labor social, prestan servicios o crean productos que nos hacen la vida mejor. O contándonos la experiencia de Zutano, ese que contraviniendo toda lógica inversora puso todos sus huevos en el mismo saco y se arruinó en un periquete… (tal vez porque la historia de Mengano, que se tiró veintitantos años invirtiendo poco a poco, sin prisa pero sin pausa, y con un pelín de lógica resulta bastante menos sensacionalista…)

Sin duda alguna, ser inversor es lo peor. Pero ahí seguimos.

Con todo esto encima de la mesa y en nuestra contra… ¿por qué unos pocos seguimos convencidos de que la inversión mejora sustancialmente nuestras vidas?…

¿Por qué?

Yo puedo dar una razón… o, mejor dicho, una simple opinión: con todos esos números en nuestra contra, hay uno que nos permite apoyarnos en él: el mundo crece. La población aumenta… Y consiguientemente, a un nivel global, consumimos más. Y tras ese consumo están las empresas. Y entre ellas, las cotizadas y todo el mundo de la inversión, que se mueve con ese trasfondo de crecimiento global. Lento pero constante.

Así, nuestro modelo inversor (por lo menos el mío) debe ser consecuente: lento, pero constante. Al fin y al cabo… tampoco puedo permitirme otra cosa 😉

Y con todo… a los inversores nos queda siempre esa incertidumbre de ¿qué pasará?…

Los matemáticos y los físicos, cuando un problema no llega a la solución exacta, tiran de trucos y formulan la solución dejando una pequeña parte sin resolver… implícita en la solución (ese diferencial de X de las integrales… que es lo que hace falta para llegar a un resultado coherente)…

Así que, como hacen los matemáticos y los físicos, determinaré que para tener éxito en la inversión, hay que tener un mínimo de conocimiento, convencimiento, determinación, constancia, y d(x)… o sea un puntito indeterminado de locura.


P.D.- La tesis del crecimiento global, mejor que yo la cuenta Paramés en su libro “Invirtiendo a largo plazo”. La idea de utilizar d(x), se la debo a una sobremesa con JPP y EADV, con los que aprendo mucho y de la manera más amena.

Gestión de expectativas.

En  ocasiones he comentado por aquí lo traidora que es nuestra imaginación a la hora de imaginarnos en ese maravilloso escenario de independencia financiera: nos vemos física e intelectualmente igual que ahora… y financieramente libres. Pero la realidad es casi siempre diferente. La vida da muchas vueltas, los años pasan, y mientras llevamos a cabo nuestro plan de independencia financiera, suceden muchas cosas que alteran nuestro entorno y a nosotros mismos. Tal vez uno se case y tenga hijos, tal vez haya una crisis, tal vez se pierda el trabajo o nos toque la lotería…

Pero hoy, nosotros nos vemos en ese futuro idílico fenomenalmente conservados…

La realidad, casi siempre es bien distinta. La independencia financiera requiere constancia y tiempo, y si bien lo primero puede ser relativamente fácil de conseguir con disciplina, lo segundo en muchos, muchísimos casos, no deja demasiado margen de maniobra.

La experiencia me dice que la inquietud inversora normalmente no empieza a los 20 años… y ni siquiera a los 30. Es más bien hacia los 40 cuando más que interés la gente empieza a mostrar preocupación. Y con 40 años, el recorrido para ejecutar el plan es un camino muy estrecho.

Está claro que cada persona tiene un escenario diferente: edad diferente, ingresos diferentes, capacidad de ahorro/inversión diferente, pero en todos los casos conviene gestionar la expectativa de cada plan. ¿Qué puedo llegar a conseguir en mi situación?

En el mundo de la inversión, dar cifras ciertas es imposible. Pero yo considero que siempre es conveniente saber qué se puede alcanzar dado un determinado escenario de partida.

Hay muchos blogs sobre independencia financiera que alaban el maravilloso poder del interés compuesto… pero hay que ser realista. No todo vale ni es tan fácil como parece. Repito que manda la prudencia y conviene gestionar la expectativa.

En mis conversaciones sobre inversiones, cundo las personas acuden a mí para aprender y empezar a invertir, trato de hacer ese ejercicio de gestión de expectativa. Os pondré un ejemplo tomando como base lo que conozco sobre “Miss Y”, de la que ya hemos hablado en alguna ocasión por aquí…

¿A qué puede aspirar (financieramente hablando, claro) “Miss Y” ?. Veamos qué información tenemos disponible…

Capital invertido hasta 2018: 9.000€, que según su extracto han pasado a ser 11.000€ (he redondeado ambas cifras para simplificar los cálculos).

Actualmente realizando aportación mensual de 135€.

Bueno, pues ese es el escenario de partida a día de hoy. Sin cambiar ningún parámetro, veamos qué puede esperar “Miss Y” de su plan inversor si lo mantiene sin variaciones hasta los 65 años.

A “Miss Y” le quedan por delante 25 años para aportar a su plan hasta los 65 años.

Sólo con ahorro, llegada esa fecha, “Miss Y” podría disponer de 51.500€ (40.500 más los 11.000€ iniciales). Pero hace años que “Miss Y” decidió dejar de ahorrar para pasar a invertir, por lo que la proyección de su capital a futuro es mucho más variable. Su vehículo de inversión es un fondo que invierte en la zona euro, con una distribución de 70% en renta variable y el 30% en renta fija.

Si continúa su plan inversor, el análisis de Montecarlo (*) arrojaría el siguiente resultado:

En el peor de los casos, “Miss Y” podría obtener algo más de 61.000€. En el mejor, 247.000€, y usar la media nos indica que lo más probable es que la cantidad ronde los 123.000€. (Esta cantidad ya contempla los 11.000 € iniciales).

Primera conclusión: los datos históricos nos indican que la inversión da sopas con honda al ahorro.

Supongamos ahora que “Miss Y”, vive tras su jubilación otros 20 años (85 años es una edad respetable, pero bastante asequible para los tiempos actuales en el mundo desarrollado).

Con el capital acumulado, “Miss Y” podría optar por complementar su pensión con 410€ al mes y comprarse una pistola para el caso de que su vida se prolongase más allá de los 85 años.

O bien, podría seguir manteniendo su inversión, retirando una pequeña cantidad al mes o al año. Esta cantidad, aunque no esté escrito en ningún lado, no debería superar el 4% anual. Y así, “Miss Y” podría tener una renta “vitalicia” y además, dejar un pequeño patrimonio a sus herederos.

Esa renta vitalicia, partiría de unos similares 410€ al mes (correspondientes al 4% de los 123000, dividido entre 12 meses), pero que poco a poco, según indica el dato medio, se iría incrementando…

Y con la ventaja de que si la vida se prolonga más allá de esos 85 años, la pérdida patrimonial no sólo no existe, sino que además, lo que se produce es un pequeño incremento: a los 85 años, «Miss Y» dispondría de casi 149000€, 26.000€ más que cuando empezó a retirar dinero de su plan inversor.

Como vemos, es difícil que «Miss Y» alcance la tan ansiada Independencia Financiera… pero con un análisis como éste puede tomar mejores decisiones sobre qué quiere para ella… y para la de los que la rodean. Os recordaré que «Miss Y» reveló que su marido había hecho exactamente las mismas aportaciones», con lo que su unidad familiar es probable que tenga algunos menos sobresaltos en un futuro…

Esta es la gestión de la expectativa: qué se puede llegar a conseguir con una aportación mensual de 135€. El ejercicio admite todas las variaciones posibles, pero no dudéis en que realizarlo nos acerca un poco más a la (f)independencia.

… ¿Y tú?… ¿Has hecho ya tus cálculos?.


(*) El método de Montecarlo proporciona soluciones aproximadas a una gran variedad de problemas matemáticos posibilitando la realización de experimentos mediante la utilización de un computadora. Para ello utiliza muestreos de números y realiza multiples iteraciones.

Los resultados que se muestran en este ejemplo son fruto de un análisis de este tipo sobre un total de 10000 carteras de inversión.

En el primer caso, el saldo inicial de cartera es de  de 11,000$ y se realizan aportaciones mensuales de 135$, utilizando los datos de rendimiento histórico de los mercados, disponibles de enero de 1994 a diciembre de 2017.

En el segundo, el saldo inicial de cartera es de  de 123,000$ utilizando también los datos de rendimiento histórico de los mercados, disponibles de enero de 1994 a diciembre de 2017. El rendimiento histórico de la cartera seleccionada para este período fue 8.52% de rendimiento medio (7.40% CAGR) con 12.85% de desviación estándar de rendimientos anuales. Los resultados de la simulación se basan en los rendimientos nominales generados y en los retiros fijos del 4,00% anual. El modelo de inflación simulada utilizó inflación histórica con 2.22% de media y 1.19% de desviación estándar con base en los datos del Índice de Precios al Consumidor (IPC-U) de enero de 1994 a diciembre de 2017. Las muestras de inflación generadas se correlacionaron con los retornos de activos simulados basados en correlaciones históricas. El período de tiempo de la simulación estuvo restringido por el historial disponible para los Bonos Globales (sin cobertura) [enero de 1994 – julio de 2018].  La herramienta utilizada para este análisis y los gráficos generados se han obtenido de www.portfoliovisualizer.com.

Pero… ¿por qué haces esto?

«Pero… ¿por qué haces esto?» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Cuando empecé a escribir en (f)independencia lo hice con la idea de trabajar en un proyecto de divulgación, sin ánimo de lucro y con el convencimiento de que lo que iba a hacer podría ayudar a algunas personas. A día de hoy, creo que (f)independencia sigue respetando los principios de su génesis.

En años anteriores ya había tenido encuentros presenciales con algunos lectores, pero 2018 me ha permitido acercarme con más frecuencia a algunos de ellos, y hemos compartido más que interesantes momentos…

Como primera observación, me quedo con que a la gente le preocupa el dinero y me contacta exclusivamente por este motivo. Atómicamente. Y esto me dice que debo trabajar un poco más en los tres aspectos sobre los que se fundamenta la (f)independencia (habilidades técnicas, habilidades interpersonales y habilidades financieras), y no sólo sobre la vertiente financiera, aunque sea lo que más demanda la gente. El dinero tiene que ser una consecuencia, y para que así sea, los otros dos aspectos deben cuidarse con el mismo interés.

Como segunda observación, diré que la experiencia me está encantando. De cada reunión que he mantenido me llevo unas cuantas lecciones aprendidas… y por analogía con el mundo financiero que tanto interesa, esto para mí es como una reinversión de dividendos pero en conocimiento.

En las reuniones que mantengo aparece recurrentemente una pregunta: “Pero… ¿por qué haces esto?”. Y percibo con la pregunta la incredulidad de que alguien pueda estar dedicando su tiempo sin otro interés que el divulgativo… que el de tratar de ayudar… que el de aportar algo…

Al principio a muchos les cuesta creer que no tenga otro tipo de interés, que no trabaje para nadie o sea intermediario de alguna entidad o me lleve comisión por algo… No les cuadra. No lo conciben. No entienden que alguien pueda hacer algo sin esperar nada a cambio.

La verdad es que no espero nada a cambio. Pero tengo que reconocer que desde la primera vez que me senté con alguien, empecé a obtener una renta que puede ser que resulte complicada de entender… Aparte de la propia experiencia de conocer gente diversa, salgo de los encuentros con motivación, con satisfacción personal, con ideas nuevas…

Y entonces la respuesta a la pregunta de “¿por qué haces esto?” se vuelve sencilla: lo hago porque me gusta, porque puedo hacerlo, y porque puedo hacerlo así, sin interés ni dependencia con nada ni con nadie. Por convencimiento personal. Porque si fuese de otra forma tal vez se viciaría de algún modo. Tal vez me hiciese volverme más ambicioso… y todo se desvirtuase…

Y también, por mi familia. Para que por lo menos tengan la referencia de lo que a mí me funcionó. Para que me conozcan un poco mejor por lo que dejo escrito y para que se lleven como herencia la enseñanza de la pesca y no los peces.

Te lo vas a comprar, aunque no te haga falta.

«Te lo vas a comprar, aunque no te haga falta» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Este mes, en una tertulia financiera, la conversación en un momento derivó hacia nuestros hábitos de consumo. Desde estas páginas siempre hemos “predicado” gestionar el gasto… con toda la dificultad que eso conlleva y aunque “gestionar el gasto”, como declaración de intenciones, puede sonar bastante sencillo, la ejecución de ésta declaración, es de hecho bastante compleja.

De un tiempo a esta parte, asistimos a una gran sofisticación de las herramientas de marketing, y las nuevas tendencias del comercio nos ponen muy difícil resistirnos a la tentación de convertirnos en auténticos “Compradictos”. Si nos paramos a reflexionar cómo ha evolucionado el marketing, veremos que en pocos años todo ha cambiado muchísimo.

Hace relativamente poco, éramos transeúntes por calles con vistosos escaparates. Salíamos a comprar. Primero en tiendas de barrio. Luego, empezaron a aparecer centros comerciales. Un “todo en uno” donde ahorrar tiempo, sin tener que desplazarnos de sitio a sitio. Todo un ahorro, ¡oiga!

Casi a la par, vendedores se presentaban por las casas ofreciendo algunos productos (la enciclopedia era un clásico)… y no tardaron en aparecer las primeras ventas por catálogo. ¡Que comodidad! ¡y sin salir de casa!

En un periquete, la publicidad inunda nuestras vidas… aunque no es demasiado selectiva. La televisión nos pone delante de los ojos atractivos productos y nuestros buzones de correo postal no han vivido mayor época de gloria. De cada cinco cartas, cuatro son maravillosas e irresistibles ofertas, ¡porque como nosotros no hay nadie!

Y aparece la web.

La publicidad empieza a dejar de ser “empujada” hacia nosotros. Ahora tenemos alguna capacidad de elección y podemos elegir qué escaparate mirar a golpe de URL. Así, a la publicidad que estamos casi obligados a consumir, añadimos una de consumo propio y voluntario… ¡por fin un poco de sensatez!¡oiga!

Y el correo en papel empieza a ceder espacio al correo electrónico, y poco a poco el “spam” (correo electrónico no deseado) se cuela en nuestras vidas. ¡menos mal que podemos filtrarlo!

Muy poco más tarde, la web ha evolucionado y los buscadores de internet nos plantan en los escaparates de lo que nos interesa mediante términos de búsqueda. Ya no hay un solo sitio donde mirar, la oferta es enorme. Y sin darnos cuenta empezamos a dejar un rastro digital muy apetecible para las marcas. Pero al fin y al cabo, buscamos cosas que nos interesan, así que si me ofertan esas cosas, todo va bien, ¿no?

Y sin darnos cuenta, nos plantamos en un escenario en el que ya estamos inmersos en una era de comercio digital: se compra y vende a través de la red, se crean departamentos de atención al cliente “online”, y comienza un nuevo tipo de comercio. La fidelización de clientes ya es un objetivo claro. El perfilado de clientes, la segmentación…

Y aparecen las redes sociales. Y con ellas, no solo navegamos, sino que además vamos contando qué hacemos, qué nos gusta, qué deseamos, quiénes son nuestros afines, dónde vamos, dónde comemos, qué nos ponemos… ¡somos protagonistas!

El siglo XXI ha llegado. Y para celebrarlo, inclinamos todos la cabeza hacia abajo, no como señal de respeto, sino para mirar nuestros teléfonos inteligentes. ¡Podemos hacer lo que queramos! ¡cuando queramos! ¡desde cualquier lugar!…

Estamos conectados. La mensajería online nos “acerca” a todos. Las noticias corren por la red y el tiempo se comprime. Todos tenemos millones de amigos, ¡y estamos a un doble check del último chiste!

Nuestros hábitos de consumo hace tiempo que han dejado de ser ningún secreto. Estamos fidelizados con miles de tarjetas de marcas, pero en contrapartida ¡qué de ofertas personalizadas recibimos!

Dos pequeños cambios más que nos alegran la existencia: la oferta que antes se hacía por margen, ahora se hace por volumen… y empezamos a ver montañas de calcetines… a ¡1€!… ¡¡¡me llevo 5!!!, muebles baratos casi de usar y tirar, y hacemos deporte súper súper equipados… y encima, nos lo ponen en casa… desde cualquier lugar del mundo.

El ying y el yang conviven en perfecta armonía: somos capaces de esperar casi un mes para esa baratija que viene de la mismísima China, y a la vez somos víctimas de la “inmidiotez” (el término es mío), y pagamos por tener el último gadget puesto en nuestra casa tan sólo dos horas después de haberlo pedido…

Nuestro perfil ya es único. ¡Qué lejos quedan los escaparates! A día de hoy, los grandes vendedores de internet ya saben cuál será nuestra próxima compra y cuando la haremos. El big data ha llegado, y con él una capacidad sin precedentes para darnos lo que nos gusta cuando nos gusta. ¡Cómo resistirse!

Y encima, con un botón de compra de un solo “click”, ¡qué inventazo!

Y la última vuelta de tuerca es convertir todo nuestro consumo en algo recurrente: si prestamos un servicio… ¡suscríbete! Da igual que sea para ver series, que para escuchar música… que para ahorrarte los gastos de envío o mantener en plena forma la caldera o la nevera… ¡suscríbete! ¡comodísimo!

Y lo mejor de todo: el futuro está por venir.

Hace tiempo se decía que “un tonto y su dinero no están mucho tiempo juntos”.

Hoy, con la (f)independencia en mente, debemos ser muy conscientes de que realmente resulta bastante complicado resistirse a todo esto. Complicado por no decir “casi imposible”.  Es muy probable que un listo y su dinero tampoco permanezcan demasiado tiempo juntos. Si no todo su dinero, por lo menos una parte nada desdeñable.

Ya dejamos por aquí alguna reflexión sobre el “Consumo responsable”… y para poder racionalizar ¿nuestro?(*) impulso comprador debemos plantearnos si ese impulso obedece a ese patrón que Emile H. Gauvreay define tan bien: “Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan”.

Con esto en la cabeza, paradójicamente voy a pedirte que te plantees realizar la única suscripción que puede jugar a favor de tu (f)independencia: date la oportunidad de generar un activo. Suscríbete… a un fondo de inversión. No te pongas excusas. No tiene por qué ser complicado. No más que cualquier suscripción que ya tengas… No caigas en la parálisis por análisis. Simplemente ¡hazlo!… y concédete ver qué pasa. Una inversión desastrosa es mejor que no invertir nada. Y a nada que pongas interés, y le dediques la centésima parte del tiempo que dedicas al comercio, estoy seguro de que darás con un fondo al que hacer una aportación periódica y que en el largo plazo se convierta en una contrapartida a tanto gasto.


(*) “nuestro” lo pongo entre interrogaciones porque creo sinceramente que hace tiempo que hemos perdido nuestra capacidad de control: hemos llegado a un punto en que el impulso comprador sólo se regula “por las malas”…).

La escala de valores.

La escala de valores” es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Hubo una época en la que yo era joven e inexperto. Ahora, como el mundo ha evolucionado mucho y han aparecido muchas nuevas áreas de conocimiento, ya no soy tan joven y proporcionalmente soy bastante más inexperto. Pero bueno, desde mi particular enfoque de la vida, ser consciente de esto no es la peor de las opciones… Ya comenté sobre este aspecto en alguna entrada anterior.

De aquella feliz época de juventud divino tesoro e ignorancia madre del atrevimiento, tengo un recuerdo muy intenso de un día en particular. Un día que me sirvió para aclarar mi existencia.

Así.

Tan profundo como suena.

Y tan ireal.

Os cuento…

Debía correr el año 2004 y por aquel entonces yo trabajaba en una empresa que estaba bajo el paraguas de una gran consultora norteamericana. Ya por aquel entonces, en la filosofía de la empresa estaba el asignar un “coach” a algunos de los trabajadores…  Resulta que lo que aquí está de moda desde hace relativamente pocos años, era plato del día para algunos de los que estábamos en grandes corporaciones. Y cuando digo “coach” lo digo con todas la letras: no era un mentor (aunque también teníamos uno), ni un patrocinador, ni mucho menos un motivador de los que apelan al tú puedes, tú lo vales… Era un “coach” para orientarnos en habilidades de cómo negociar, cómo tratar problemas, como manejar aspectos como los favores prestados y debidos, como motivar, como nadar entre tiburones y mucho más…  todo ello para hacernos comprender cómo movernos y evolucionar dentro de una gran empresa, pero también fuera… y, en mi caso, proporcionándome un enorme crecimiento personal. Y además, todo en inglés. ¡Ahí es nada!

De aquella etapa, como decía al principio, recuerdo un día muy especial: el día que hablamos sobre mi escala de valores.

Preguntado directamente sobre cuál era mi escala recuerdo perfectamente empezar a hablar básicamente de dos cosas: de casa y del trabajo. Todo en un batiburrillo mental que era algo parecido a dos enumeraciones… a dos listas. Una mezcla de “quiero” con “me gustaría”, con “es importante”…

Y recuerdo perfectamente las palabras de F. (mi “coach”):

– “Estás confundido”.

No negaré que efectivamente lo estaba. Nunca antes me había parado a pensar sobre mi escala de valores. Tenía en la cabeza ideas desperdigadas, pero nada más. Y por lo visto, había llegado la hora de poner orden en todo eso. Saber qué ocupa el primer lugar. Qué se antepone a qué. Saber si prima la familia o el trabajo. Si la ambición o algo más de tranquilidad…

Y así, enfrentarse a un papel en blanco con el objetivo de hacer una lista, una única lista ordenada, es un ejercicio que hay que hacer. Especialmente si uno está confundido (como yo lo estaba entonces) o simplemente si no se ha hecho nada parecido antes… Encajar esos conceptos sueltos y desperdigados en mi mente en esa lista única, ordenada, tangible me ayudó muchísimo a enfocar mi vida. A saber también qué quería primero, qué anteponer a qué, en que aplicar mi esfuerzo y en qué no malgastar mis energías. Y sobre esa lista, reflexionar sobre el cómo, porque la especie humana es ambiciosa por naturaleza y lo quiere todo… pero la realidad ha dicho a muchos que tener una carrera profesional de altura puede llegar a ser incompatible con la dedicación que requiere una familia. Que preferir un trabajo sólo por lo que nos pagan tal vez nos haga infelices, y que puede ser más gratificante sacrificar poder adquisitivo a cambio de algo que nos interese más.  Si prefiero dedicar mi esfuerzo a emprender, o dejar de posponerlo para poder seguir tranquilamente, como hasta ahora… ¿tranquilamente?… ¿es verdad esto o  tengo un run-run en la cabeza que me dice que estoy posponiendo algo que puede ser importante para mi? ¿y por cuánto tiempo puedo estar así antes de que llegue el desengaño?…

Esa fue mi experiencia. Me pareció un ejercicio bastante interesante que en su momento me abrió los ojos mucho sobre mí mismo y sobre mis intereses. Un ejercicio que recomiendo realizar con cierta periodicidad, porque -afirmo- ayuda mucho a establecer un punto de partida, hacia el conocimiento de uno mismo… y hacia algunas metas personales. Tal vez la (f)independencia sea una de ellas.

Y tú… ¿también estás confundido?

Suma y sigue.

Los que se hayan dado un paseo por aquí, a lo mejor leyeron en su momento y recuerden la historia inversora de «Miss Y».

Haciendo un breve resumen, os diré que «Miss Y», no tenía ni idea de inversión, pero como muchas personas sentía esa voz interior que le decía «tienes que hacer algo».

La diferencia es que «Miss Y», efectivamente hizo algo: tras una conversación que mantuvimos allá por el año 2011, compusimos un plan de inversión para el que no había que saber absolutamente nada de finanzas. Nada. Y lo único que le pedí fue un poquito de dinero, y sobre todo lo demás, mucha constancia.

Tan sencillo como suena. Tan real como pudisteis leer cuando conté su historia por primera vez: «Miss Y» empezó con 50 euros al mes en 2011, y en 2016 (fecha en la que yo conté su periplo inversor) acumulaba un pequeño patrimonio de 6708,65€.

Pero, ¿qué pasó con «Miss Y»?. ¿Siguió con su plan?¿Fué capaz de continuar su aventura inversora?.

Hace poco nos volvimos a ver, y como fruto de esa coincidencia, no encuentro mejor maneras de contaros lo que ha sucedido desde entonces:

 

Efectivamente, «Miss Y» ha seguido fiel a su plan. Los 50€ que estuvo dispuesta a perder «por probar» en 2011 se han convertido en 77,59€. Los 50€ que puso al mes siguiente «porque no había pasado nada», se han transformado en 80,54€. Los 50€ de su tercer mes, como continuó porque «al fin y al cabo tampoco la cosa varía tanto», valen hoy 77,40€… y así, hasta el día de hoy.

Los 6708,65€ de 2016 quedan atrás. En abril de este año, «Miss Y» había puesto de su bolsillo (tan poco a poco como se ve en su extracto) 8945€, y el valor de esos euros invertidos es de 11.164,96€. Mil fluctuaciones por el camino, pero a día de hoy ella ya se siente muy confortable con eso.

Si realizamos un análisis superficial, podremos concluir que «Miss Y» ha tenido suerte. Tanta, que en el momento que refleja este último extracto, ni siquiera las participaciones más recientes tienen minusvalía. Pero el camino no ha sido así, en el camino ha habido muchos altibajos que la constancia ha conseguido superar.

Una vez más, el tiempo se confirma como un muy buen aliado para poner orden en el aparente caos del corto plazo. Y si profundizamos un poco más en nuestro análisis siguiendo el hilo de la primera vez que conocimos a «Miss Y»… ¿cuánto deberían caer los mercados para que el extracto de «Miss Y» refleje una pérdida de dinero en sus primeras aportaciones?. Pues os facilito el cálculo: más de un 35%. No es imposible un descalabro de esta magnitud, pero no pasa ni mucho menos todos los días…

Por la parte que me toca, pues la verdad es que esta es de esas cosillas que le enorgullecen a uno: lejos de la tónica general, prácticamente lo único que le sugerí a «Miss Y» fue una cosa: constancia. Y algo aparentemente tan sencillo parece que está dando resultado.

Si le preguntamos a «Miss Y» sobre su experiencia, no nos sorprenderemos de escuchar cosas como «la verdad es que no me doy ni cuenta porque las aportaciones  no son muy grandes» o «llegan a pasar varios meses en los que ni siquiera lo miro»… que se resume finalmente en un «parece que no… pero poco a poco la cantidad empieza a resultar interesante» y el inevitable «si lo llego a saber, hubiese empezado con todo esto muchísimo antes».

Y para concluir, una última reflexión: independientemente de lo que suceda (que el mercado suba, o baje, que se descalabre o que se vaya directamente a la luna), lo que sí que pasa, y sigue pasando, es el tiempo, que es como el viento que empuja el barco inversor de «Miss Y»… quien un día de 2011 apartó sus temores y se embarcó en un viaje que todavía no ha terminado y tiene visos de seguir por muchos años.

   Y quien sabe… «Miss Y» es joven. El tiempo corre a su favor. Tal vez con un poco más de esfuerzo, con un poco más de suerte, y con la misma constancia, ¡alcance el puerto de la (f)independencia!


Desde aquí, de nuevo mi agradecimiento a “Miss Y” (nombre ficticio) por facilitarme una vez más su extracto y permitirme publicarlo aquí.

La muerte del trabajo tal como lo hemos conocido.

La muerte del trabajo tal como lo hemos conocido” es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Ser padre es uno de esos hitos vitales que dan un giro a la vida de cualquiera. Cualquiera que haya pasado por ello sabe a qué me refiero. Los que no, podrán imaginarlo, aunque me temo que la realidad supera con creces cualquier expectativa.

En cualquier caso, creo que sí es fácil imaginar el aumento de las satisfacciones/preocupaciones que el “equipaje” familiar conlleva (el término “carga” lo encuentro algo peyorativo, el equipaje se lleva casi siempre voluntariamente). Y como parte de las preocupaciones que pueden pasársele a cualquier padre o madre por la cabeza está, como no pude ser de otra forma, el futuro de sus hijos.

Sobre este aspecto quiero dejaros por aquí mi especulación personal sobre el escenario que creo puede materializarse más a medio plazo que a largo…

El trabajo, tal como lo hemos conocido, se ha acabado. Ha muerto. Creo que no soy capaz de imaginar el futuro la continuidad del sistema actual. Un sistema que empieza a notar síntomas de agotamiento… Creo que en alguna ocasión he intentado transmitir desde estas mismas páginas que donde todo el mundo veía una crisis económica, unos cuantos veíamos un cambio de modelo económico, y este “no terminar de salir de la crisis” forma parte de él.

Sinceramente, ¿podemos esperar para nuestros hijos puestos de trabajo como los hemos conocido nosotros? ¿Contratos indefinidos? ¿Una nómina? ¿Un puesto de trabajo “fijo” al que acudir?  El cambio creo que ha empezado a hacerse visible: ahora se trabaja casi desde cualquier lado: la irrupción de la tecnología y la conectividad entre las personas permite un esquema mucho más dinámico para todo. Más dinámico, más productivo, más eficiente… pero mucho más volátil.

Si nos paramos a pensar… el conocimiento y la manera de hacer de nuestros años de estudiante… ¿dónde han quedado? (¡Uf!, me siento MUY mayor viendo mi primer trabajo hecho con una máquina de escribir). ¿Cómo ha evolucionado? Creo que no hay ningún área de conocimiento que se haya salvado de la disrupción (más que irrupción) tecnológica.

Pero ya no es sólo eso. Si miramos a un pasado más reciente, correremos el riesgo de sorprendernos de lo efímeras que son las cosas del siglo XXI. Las tangibles, y las intangibles.

Vivimos en una época en la que casi cualquiera que tenga acceso a internet puede resolver situaciones antes reservadas a especialistas: desde arreglar un electrodoméstico viendo un tutorial en YouTube, a realizar algún trabajo más complejo siguiendo un tutorial, o reutilizar el conocimiento obtenido en una web especializada como punto de partida para una nueva investigación.  El conocimiento se apoya ahora en un conocimiento previo, compartido y accesible casi inmediatamente… que nos otorga un punto de partida con ventaja, para todo. Y casi en cualquier materia.

Con este punto de partida ventajoso, ¿Quiénes serán los profesionales más buscados?, ¿los que acumulen gran cantidad de conocimiento o técnica?… ¿o los que sepan buscar ese conocimiento o técnica rápidamente… y cambiar también rápidamente de una disciplina a otra?

Lleva ya acuñado algunos años el término “knowmads”: un juego de palabras que viene a tratar de definir a las nuevas generaciones de estudiantes y profesionales como “nómadas del conocimiento”, precisamente para designar ese perfil que vive en un cambio constante, adaptándose a él, saltando de un área de conocimiento a otra… y entiendo que también, de un trabajo a otro.

Con esto en la cabeza, enfrento nuestros métodos de ahorro e inversión a los que un trabajador “nómada” puede permitirse… El ahorro periódico y sistemático se vuelve complicado con la “volatilidad laboral”.

Pero todo va a la par… Y la inversión tampoco se libra de la disrupción digital: tal vez la solución de nuestros hijos pase por utilizar sistemas automáticos de inversión o “robo advisors” para gestionar su economía.

Con todo esto, tampoco podemos pretender que la educación de los hijos siga igual. Si queremos prepararles para el siglo XXI será cuestión de ponerles delante lo que seamos capaces de anticipar que les espera. El mundo está cambiando y también los términos que definen lo que está pasando (“disrupción tecnológica”, “knowmads”, “gentrificación”, “gamificación”… “robo advisors”, “community manager”, “YouTuber”, “viral marketing”…). Tal vez un buen comienzo sea conseguir entender y emplear su mismo lenguaje, con lo efímero de su contexo y plazos, y toda esta volatilidad que empieza a ser frecuente en casi todo de nuestro mundo.

… y tal vez así, consigamos añadir a éste particular diccionario el término (f)independencia.  🙂