¡Uy! Eso es muy arriesgado.

– ¡Uy! Eso es muy arriesgado…

   Esta expresión la conoces. La has oído más de una vez. Y más de dos.  Es más, a estas alturas de la película ya ni te sorprende oírla… Ni te sorprende que te la diga alguien que sabes a ciencia cierta que no ha invertido jamás… Invertir con todas las letras, quero decir. No dejar que el dinero esté a verlas venir en una cuenta de váyase a saber qué color…

   ¿Realmente es arriesgado o más bien lo son las personas? ¿Son peligrosas las cerillas…? ¿O son más peligrosos quien las utilizan?

   Todos nos hemos quemado alguna vez, no me cabe la menor duda. Y todos hemos aprendido, de alguna manera, las “reglas del fuego”. Es una gran verdad que “el que juega con fuego, se quema”… las cerillas vienen sin instrucciones, y ahí estamos, haciendo barbacoas.

   En el las habilidades financieras, pero también en las técnicas y las interpersonales -los tres pilares de la (f)independencia-, incluso la gente que no se ha quemado nunca, nos previene…

   Y nos damos cuenta de que pasa algo parecido a esto…

<< Un grupo de científicos encerró a cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos.

   Cuando uno de los monos subía la escalera para agarrar los plátanos los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que se quedaban en el suelo.

   Pasado algún tiempo, los monos aprendieron la relación entre la escalera y el agua, de modo que cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo molían a palos.

   Después de haberse repetido varias veces la experiencia, ningún mono osaba subir la escalera, a pesar de la tentación de los plátanos.

   Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos por otro nuevo.

   Lo primero que hizo el mono novato nada más ver los plátanos fue subir la escalera. Los otros, rápidamente, le bajaron y le pegaron antes de que saliera el agua fría sobre ellos.

   Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo nunca más subió por la escalera.

   Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo con el que entró en su lugar.

   El primer sustituido participó con especial entusiasmo en la paliza al nuevo.

   Un tercero fue cambiado, y se repitió el suceso.

   El cuarto, y finalmente el quinto de los monos originales fueron sustituidos también por otros nuevos.

   Los científicos se quedaron con un grupo de cinco monos que, a pesar de no haber recibido nunca una ducha de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentaba llegar hasta los plátanos.

   Si fuera posible preguntar a alguno de ellos por qué pegaban con tanto ímpetu al que subía a por los plátanos, con certeza ésta sería la respuesta: «No lo sé. Aquí, las cosas siempre se han hecho así».>>

   Lo dicho, que tengas cuidado, que eso es muy arriesgado.

Experimentos con dinero.

   En muchas de las conversaciones que he mantenido (y mantengo) con los buscadores de Independencia Financiera, hay un patrón que se repite: casi todos ellos tienen en su haber una lección aprendida y, en muchos casos, grabada a fuego vía un fracaso estrepitoso. Algunos pusieron “toda la carne en el asador”, al mismo tiempo, y en un único sitio. Otros, todavía más impacientes, empezaron en el mundo del trading y el subidón de adrenalina fue inversamente proporcional al saldo de su cuenta corriente. Muchos, se dejaron aconsejar por un banco que en su lista de objetivos tenía la venta de participaciones preferentes, o la completa contratación de una partida monetaria de un fondo de inversión que váyase Vd. A saber cómo se gestiona y qué tiene dentro.

   Y después del batacazo, llegó la sensatez. Nada como aprender con un error sufrido en las propias carnes. A estas alturas, lo considero un mal incluso necesario. Una lección que aprender con la experiencia propia y, por la que hay que pasar casi necesariamente. Y en este punto pueden pasar dos cosas: que los escaldados se alejen definitivamente del malísimo mercado qu les quitó lo que era suyo. O que aprovechen la enseñanza y asuman las lecciones aprendidas: que el corto plazo no existe (o no es como nos lo han contado), que la desgastada frase de la diversificación resulta que es verdad, que es mejor aprender la teoría y luego lanzarse a la práctica (y no al revés), o incluso preguntarse por qué hacemos caso de consejos infundados que echando la vista atrás huelen a “cómo nos vamos a equivocar si somos ciento y la madre”.. y “si yo estoy en esto, nos equivocamos juntos y así nadie es menos que nadie”.

   No se me malinterprete: no son errores. Son lecciones aprendidas. Son cosas que pasan “por probar”. Y como he dicho, mejor que hayan sucedido si su análisis luego nos ha orientado y ha permitido corregir el rumbo de alguna manera.

   Y a poco que se analice el resultado (que si la primera vez fue bueno, lo único que provocó fue que se pusiese más carne en el asador, posponiendo y haciendo el desastre un poco mayor), casi seguro que se llegó a algunas conclusiones rápidas:

   Una, que los experimentos, mejor con gaseosa. Que la tecnología hoy lo permite, pero somos por naturaleza impacientes, y queremos resultados “ya”. Qué sí, que “Pepe” se forró en un abrir y cerrar de ojos, pero a él misteriosamente no le pasaron ninguna de estas cosas… (¡qué raro!… Mmmmm… ¿Puede ser que “Pepe” estuviera ya algo forrado?…)

Y dos, la lección más importante: que la cuantificación del éxito o del fracaso no se mide en €uros. Se mide en %. Y para el experimento de constatar que he perdido un 7%, me bastaba con haber puesto 100€… y no el pastizal que antes del batacazo casi que me iba a jubilar anticipadamente.

   Las fluctuaciones es contraproducente medirlas en €uros. Desde el principio. Las cifras cerradas en un entorno variable, casi que serían bienvenidas, pero no es gratuito que los bancos, los brokers, etc., etc., refieran todo a un tanto por ciento (%)…

   El ejemplo de los 100€ nos vale para ilustrar todo esto muy rápidamente si se pone en contraposición con esos 6000 (por decir algo) que nos recomendaros que era el mínimo para obtener un resultado visible:

   Mi primera operación: (sea cual fuere) pérdida de un 7%…

      Con mi gaseosa (100€): 7€

      Con la misma inversión con la que empezó “Pepe”, el que se forró: (6000€): 420€

   Dos datos en €uros. Un único dato en %.

Ya, ¿pero y si la operación hubiera tenido el resultado opuesto?…

   Dos datos en €uros. Un único dato en %… y para la segunda o tercera operación pude que esos 6000€ de partida ya fueran más… Aplica aquí eso de “… más dura será la caída”… Seguro que alguno, al leerme, se siente identificado. ¡Qué bueno hubiese sido un batacazo a la primera!

   En cualquier caso, espero que a estas alturas (y si te dejas caer por aquí es probable que tu rumbo ya sea otro) todos tus cálculos los realices con un % en la cabeza. Pensar en valores absolutos puede ser contraproducente. Porque seguro que ya has comprobado que -si tu plan financiero ya tiene algunos cuantos ceros (por el lado que deben estar, claro)- pequeñas fluctuaciones en %, producen unas variaciones en €uros que hace algunos años no podías ni concebir. (¡¡¡Oh, un inversor que habla de AÑOS!!!)

   Y una sola jornada, con una variación de un % “interesante”, refleja una alza o una baja en € de.. ¿más de lo que ganas al mes?… Así, como suena.

   Si todavía no has tenido está sensación, sigue tu plan de independencia financiera, es cuestión de tiempo.

   Y si ya la has tenido, y la aceptas como normal… ¡enhorabuena!, ¡estás más cerca de ser (f)independiente!

“Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo la vida de otro” (Steve Jobs).

   Si hay algo que tengo claro es que nadie regala nada. El mundo está concebido así, y no me refiero únicamente a cosas materiales. Tengo claro esto, y que la (f)independencia es una buena manera de enfrentarse a la vida. A nada que hayas estado por aquí, habrás leído sobre habilidades técnicas, habilidades personales, y habilidades financieras. Y la conjunción de las tres es lo que te puede acercar a la (f)independencia. Por supuesto, luego está cómo trates tú cada área, que no deja de ser un algo con vida propia: cada área hay que cuidarla, alimentarla, desarrollarla. Nunca dejes de aprender.

   Y si estás leyendo esto, supongo que será porque, como poco, tu inquietud te ha hecho iniciar un camino. No sé en qué punto de ese camino estarás, pero si lo has comenzado te habrás dado cuenta de una cosa: recorrerlo te permite ser más tú… Tomar tus propias decisiones. Tomarlas tomándote tu tiempo. O simplemente, permitirte no tomarlas. (¡Fiuuuu!… ¿Cuántas personas pueden presumir de esto?)

   Y ahí está la cuestión: siempre diré que lo más valioso del universo es el tiempo. Y como nuestro tiempo es finito, sería muy triste malgastarlo bailando al ritmo de la música que tocan otros.

   A cada paso que doy en la vida, más me convenzo: las habilidades técnicas me ayudan a desarrollarme como persona, y ser humilde en el conocimiento me abre casi todas las puertas del aprendizaje. En los tiempos que corren, básicamente con tener la intención de querer aprender, nos pone delante de una gran oferta. Y la tecnología nos sirve el conocimiento en bandeja. Las habilidades interpersonales refuerzan lo anterior ayudándonos a desenvolvernos entre nuestros semejantes. Y bien alimentadas y desarrolladas incluso permiten destacar. Nos ayudan a ayudar, pero también a negociar, a expresarnos de manera clara, a transmitir un mensaje y entender su respuesta. Parece de cajón, algo que debería poder hacer todo el mundo, pero algo que parece tan obvio no es tan sencillo hoy en día. No hay mucha gente que prefiera decir “no lo entiendo” cuando realmente no entiende algo. Todos queremos saber de todo y no reconocer nuestra ignorancia. Un “no lo entiendo” a tiempo, a lo mejor podía haber librado de unas preferentes a más de uno…

     Y las habilidades financieras te acercan a quitarte una dependencia vital importante. El mundo, lo queramos o no, se mueve por dinero. No quiero ser mal interpretado, y no quiero que quede el mensaje de que no hay más. No. Hay mucho más. Pero quede el mensaje de que desenvolverse en este mundo es más fácil con algo de dinero. Si sólo contara el dinero, no hablaría de (f)independencia… sólo hablaría de dinero y ese escenario no termino de verlo aislado de los otros dos pilares que predico por aquí.

   Así que con estas líneas espero hacerte un poco más consciente del camino que has iniciado… y sobre todo eso, transmitirte la importancia de contar con un tiempo finito y acotado… el que te ha tocado vivir… ni más ni menos. Ese, es tuyo, así que “no lo malgastes viviendo la vida de otro”.

Independencia vs. Independencia Financiera… vs (f)independencia.

   En no pocas ocasiones, en alguna de las muchas conversaciones que mantengo habitualmente y en las que se habla sobre Independencia Financiera, he quedado absolutamente perplejo sobre la interpretación que cada individuo da a este término: Independencia Financiera.

   La culpa la tiene el término en sí: “Independencia Financiera”. Estoy seguro que si me refiero a ella como “vivir de las rentas”, todos tenemos la misma idea en la cabeza (sí, esa de la hamaca en la playa, el coctel y la puesta de sol).

   Pero tras el término ”Independencia Financiera”, escucho de todo: que si vendo todo y me quedo con lo justo, que si monto esto o aquello, que si mi propio negocio, que si una franquicia, que si invierto en acciones… Todo un batiburrillo.

   Llegados a este punto… (y ruego disculpas a los que lo tengan clarísimo), creo que no estará de más aclarar un poco cada concepto.

   Como he dicho, la independencia financiera no es ni nada más, ni nada menos, que lo que hasta hace relativamente poco se llamaba “vivir de las rentas”. Sin tener que hacer nada. Eso, la imagen de la hamaca…

   Pero montar un negocio, no lo es, o por lo menos no lo es hasta que puedas tenerlo funcionando en “modo automático”, con todo delegado… cosa, harto difícil. Montar un negocio puede darnos algo de independencia, sí. Pero de “puertas afuera”. No os quepa la menor duda, que cuando uno abre su propio chiringuito, incluso antes de abrirlo ya está forjando una pesada cadena que le une a él. Independiente, sí… pero con matices.

   La franquicia, peor todavía: abres un chiringuito con las reglas de otro… y encima tienes que pagarle. Este punto de vista lo describe muy bien el libro de Chris Guillebeau “The $100 Startup: Reinvent the Way You Make a Living, Do What You Love, and Create a New Future”. En él, ejemplifica todo esto con una persona que trabaja por cuenta ajena y cobra 47.000$ mensuales por su trabajo. Es entonces cuando decide “hacerse independiente” haciéndose con una franquicia por la que paga 250.000$… que paga como buenamente puede… En el mejor de los casos, con los ahorros de toda una vida. En el peor, endeudándose. Y luego pueden pasar dos cosas: que la cosa vaya mal… y cierres teniendo que saldar tu deuda a un franquiciador que rápidamente encontrará a otro candidato para abrir una nueva sucursal… O que la cosa vaya bien, caso éste en el que, después de gastos, puede ser que llegues a cobrar 47.000$… después, eso sí, de infinidad de quebraderos de cabeza y sobre esfuerzos…

   Es un ejemplo un poco decepcionante… pero seguro que real en algunos casos.

   También está quien decide no tener nada, venderlo todo, y echarse a rodar. No está mal, pero para esto hay que tener la cabeza muy bien preparada. Y sobre todo, saber qué hacer con todo el dinero que se supone que no estás gastando. Bien invertido, poder resultar. Pero, por ejemplo, no tener una casa en propiedad, tampoco te dará luego la posibilidad de hacer un “downsizing”. Y si no llegas a ese punto en el que lo que generas supera lo que gastas… la cosa puede ponerse complicada.

   Y finalmente, está la (f)independencia, que busca terminar en esa hamaca de la playa, con el coctel… y lo hace uniendo conocimientos técnicos, habilidades interpersonales y habilidades financieras para tratar de acelerar y asegurar todo el proceso. Para permitirte negociar en términos con los que tus interlocutores no estarán acostumbrados, con un inconformismo racional. Para evitar caer en trampas de franquicias… o por lo menos ser consciente de lo que puede esconder la supuesta “independencia” de tener tu propio negocio. Para conocer la propias limitaciones a la hora de gestionar tu patrimonio y permitirte evaluar si es mejor tener algo en propiedad o no llegar a tenerlo pero convertirlo en activos con un rendimiento adecuado y sostenible.

   Estoy seguro de que lo tenías muy claro, pero con haber hecho reflexionar a una sola persona, me doy por satisfecho. Y seguro que el tiempo invertido en esta lectura, le ha hecho un poco más ¡(f)independiente!

Poderoso Caballero… pero cómo se las gasta.

   En la búsqueda de la independencia financiera llega un momento en que se cruza una línea indefinida que, aun sin haber alcanzado la meta, nuestra relación con el dinero cambia, y percibimos una sensación de seguridad. Es ese momento en el que eres consciente de que estás en el camino, y empiezas a disfrutar de ello. Los imprevistos, aunque imprevistos, dejan de ser problemas, y se pueden afrontar de mejor manera. Es un momento en que los individuos pasan a gestionarse como empresas. Existe un plan e intención, y esto es un arma muy poderosa.

   Y esa gestión como empresa, sin nosotros darnos cuenta, nos permite vivir mejor. O por lo menos, más tranquilos.

   Cuando este proceso, con el paso del tiempo se magnifica, la sensación de seguridad es directamente proporcional en magnitud. Y en algún momento, pasa a suceder que ese viaje que parecía un disparate, deja de parecerlo. Y haremos bien en disfrutarlo, porque vidas sólo hay una, y aunque algunas líneas más arriba haya hablado de alcanzar la meta, lo que realmente hay que disfrutar es el camino. En algunos casos el más rico del cementerio es el más miserable en vivencias personales. De alguien habréis oído decir eso de “era tan pobre que no tenía más que dinero”.

   Y luego, algunos pocos llegan a la “abundancia”. Nosotros, que no somos tantos, sabemos que quien antes cambió el paso, más puso el tiempo a su favor, y antes podrá cruzar esa línea.

   Pero pasa, que cuando se cruza esa línea, nos volvemos “raros a los ojos y entendimiento de los demás”. Y me explico: resulta que como fruto de nuestro esfuerzo, nos ganamos (si, NOS ganamos) afrontar la realidad con una perspectiva diferente a la de la gente que nos rodea. Tenemos menos miedo a perder el trabajo, nos afectan menos las acciones de terceros, y las noticias de subidas de impuestos, suministros, etc. nos afectan de manera diferente. No es que nos insensibilicemos. Que no. “Nos lo hemos ganado”, con todas las letras y el esfuerzo que creo conocéis bien.

   Y puede pasar, y pasa, que a pesar de nuestro esfuerzo, nos sentimos incomprendidos porque nuestro esfuerzo no es valorado. Y me vuelvo a explicar: hay un extraño halo de “desvirtuación” de lo que hacemos: resulta que nuestro propio dinero nos eclipsa, y hace que nuestro esfuerzo quede eclipsado. Poderoso caballero. Cómo se las gasta…

   Una vez que hay dinero, ya no hay mérito que valga: si creas una empresa, fue tu dinero y no tú. Eres “despreocupado” y te quejas menos… porque tienes dinero. Haces cosas y disfrutas más… porque tienes dinero. Todo es más fácil… con dinero… Es verdad, pero nadie se plantea el camino que se ha recorrido hasta llegar a tenerlo. Nadie parece pararse a pensar en el esfuerzo de años (muchos años) que ha costado alcanzar esa situación. El poderoso caballero, una vez que está ahí empaña nuestro esfuerzo pasado y vela la realidad del presente: un pasado precisamente sacrificado… para alcanzar el estado presente… malentendido.

   Y como el dinero está demonizado, la gente no habla de dinero. Y los que sí lo hacemos, encima resultamos frívolos (si llegamos a tener la oportunidad) a la hora de tratar de explicar nuestra dedicación.

   Al final, todo nuestro esfuerzo queda visto como… nada. En el presente, la gente ya sólo ve… dinero, dinero, dinero…

   Y sólo nos queda el consuelo de los que hablamos un lenguaje común. Y lo hablamos porque hemos recorrido o estamos recorriendo un camino parecido.

   Entonces sí. Se habla, se entiende, y uno se siente un poco más… ¡(f)independiente!

P.D.- A vosotros, lectores. Quiero creer que vosotros sí me entendéis. 😉

Conciencia del entorno.

   Como he dicho en alguna ocasión, la (f)independencia se fundamenta en tres pilares: las habilidades técnicas, las habilidades interpersonales y las habilidades financieras.

   Aunque estoy muy convencido de esto, hay una habilidad qué no sé bien donde encaja: es lo que yo denomino “conciencia del entorno”, que no es ni más ni menos que desarrollar la capacidad de abstraernos de nuestro día a día, para contextualizar quienes somos, dónde estamos, y a donde vamos… pero no nosotros, sino teniendo en cuenta nuestro contexto entero (nosotros, marco familiar, marco laboral, marco regional, marco mundial… con más o menos capas de visión).

   Voy a ver si consigo exponer esto, porque tiene algo de miga:

   En alguna ocasión ya he dejado caer por aquí que si estás leyendo esto es, tal vez, porque te nueve una inquietud y necesitas “hacer algo”.

   No es extraño. De un tiempo a esta parte cada vez más gente siente esa inquietud, aun teniendo un trabajo “aparentemente estable”, tiene la necesidad de hacer algo.

   Pero, ¿por qué? ¿Por qué de repente mucha gente tiene ese mismo sentimiento en el mismo momento?

   La respuesta no es sólo una, pero si hacemos un ejercicio de análisis del momento en el que estamos (si tenemos conciencia de nuestro entorno), tal vez hallemos algunas respuestas.

   Voy a hacer una pequeñísima parte de este ejercicio y voy a aportar aquí mi punto de vista:

   Bienvenidos al año 2000: como suena. Resulta que el año 2000 está llegando casi con 20 años de retraso. Todas las maravillas tecnológicas que no llegaron entonces… parece que empiezan a materializarse ahora… y lo hacen muy disruptivamente. Aparecen Drones, coches eléctricos… y una promesa a corto plazo de coches auto conducidos que no nos acabamos de creer del todo pero intuimos que terminaremos por ver (Londres ha solicitado la licencia para que estos coches puedan operar en sus calles ya en 2020). Llevamos en el bolsillo un móvil con muchísima más capacidad de proceso de la que tenían las que enviaron al hombre a la luna… y aunque cada vez las utilicemos menos para hablar, nos permiten compartir experiencias en tiempo real.

   Y hablamos con máquinas… cada vez más… La inteligencia artificial empieza a preocupar a la comunidad científica… que se ve capaz de construir máquinas más inteligentes que sus propios creadores… o, en igualdad de condiciones de inteligencia, infinitamente más rápidas en ejecución.

   Y un sinfín de cosas más: impresoras 3D que fabrican casas, prótesis e incluso órganos vitales. El internet de las cosas también empieza a sonar como un término común…  (y un largo etcétera).

   Y en medio tú. Hagas lo que hagas, me da igual, estoy convencido de que parte de esa inquietud puede deberse a que sientes que de alguna manera toda esta revolución puede afectarte. Si ya eras consciente de esto… ¡enhorabuena!, tal vez puedas reaccionar. Y si no te has parado a pensarlo, te pongo un ejemplo que tomo prestado de Dominic Barton (Director Gerente de McKinsey & Co a nivel mundial), para ver si consigo incomodarte un poco (discúlpame, la intención es buena):

   Barton, ejemplifica un “efecto lateral” entre un cirujano del corazón y el proyecto de los vehículo auto conducidos.

   – Pero… ¿qué tiene que ver la velocidad con el tocino?

   – Que los cerdos también corren, y que si estos vehículos, que hoy son casi una realidad, se implantan, y efectivamente los accidentes disminuyen, puede ser que el cirujano cardiovascular tenga algo menos de trabajo, tanto por la atención menos requerida a los heridos de accidentes, como por la disminución de los trasplantes de órganos por la menor mortalidad en dichos accidentes

   Creo que el ejemplo es claro: ninguna industria quedará al margen de las disrupciones tecnológicas.

   La consecuencia de esto, es que nuestra zona de confort y nuestra zona de seguridad, que hasta hace poco se superponían… se han desplazado… llegando en muchos casos a disociarse…

   Y para muestra otro ejemplo: que hacemos discutiendo sobre la viabilidad de tener el servicio de plataformas como Uber (dedicada al transporte de viajeros por conductores particulares en sus vehículos privados)… si en 2020 incluso Uber verá comprometido su modelo de negocio por coches que conducen solos. (que sí, que Londres ha solicitado la licencia para que estos coches puedan operar en sus calles en 2020)…

   “Sotp & Think”. Párate y piensa. Es la mejor manera de ser consciente de tu entorno.

   ¿Cómo te afecta a ti la disrupción tecnológica?

   Bienvenido al año 2000, donde los cambios son tan rápidos, que si no eres consciente de ello, corres un gran riesgo… ¿qué piensas que puedes hacer al respecto?

   ¿Qué habilidades técnicas deberías potenciar de cara al futuro? (Mi respuesta) Profundizar mi conocimiento sobre procesos y Lean.

   ¿Qué habilidades interpersonales? (Mi respuesta) Aprender chino (con tiempo y paciencia, que mi primer acercaminento no ha sido demasiado productivo).

   ¿Qué habilidades financieras? Tal vez invertiría antes en Tesla (vehiculo + eléctrico + posibilidad de autoconducción en el futuro) antes que en Uber…

   P.D.- Conciencia del entorno. Si te he hecho pensar un poco, me doy por satisfecho. Hay que tener en cuenta que la disrupción tecnológica es sólo un aspecto entre muchos. Hoy en día también está la explosión demográfica de China salpicando de personas el mundo, las capacidades del gigante Indio, la sostenibilidad de determinados modelos de negocio, el envejecimiento de la población…

   Mucha miga. “Sotp & Think”.

¡(Casi) He conseguido la independencia financiera!… así que voy a comprarme un suspensorio…

   Le he pedido a mi amigo Ernesto Bettschen que nos deje por aquí alguna de sus reflexiones. Y esto es lo que me ha remitido. Tal cual me llega, lo transcribo aquí.

 << Por mi edad, pude ser uno de los que se sentó en una de las primerísimas bicicletas de montaña para comprobar que con ella se podían bajar hasta las escaleras del Metro, visité Birmania cuando nadie lo hacía, y buceé por muchas partes del mundo cuando todavía había más peces que buceadores.

   No quiero ser malinterpretado: no es alarde de nada, son simplemente mis aficiones.

   La cosa es plantear la cuestión de cuánto merece la pena la independencia financiera. Quede claro que soy un gran buscador de la misma. Pero debe ser que hoy me he levantado con el pie izquierdo, y aprovechando que me han pedido que escriba algo, de paso, me desahogo un poco.

   Y eso: ¿realmente merece la pena el esfuerzo? Quiero decir, en mi caso, ese esfuerzo es, simplemente, enorme. Y el esfuerzo (os vais a reír), no viene tanto de aportar, aportar y aportar, años y años, y lidiar con los altibajos del mercado. Viene más por la parte de “la pérdida de la oportunidad”… y ahora no estoy hablando del mercado, la empresa, o lo que quiera que hagamos pensando en nuestra futura independencia financiera.

   La “pérdida de oportunidad” a la que yo me refiero es la personal. Todo lo que dejo de hacer en busca de ese (tal vez) Santo Grial. El esfuerzo económico, es grande. El sacrificio de vivencias personal, enorme. Y luego, también afecta el verse rodeado, en muchas ocasiones, de gente con ninguna preocupación económica, que… sinceramente, la debería tener. Ni plan de pensiones, ni inversiones, ni ahorros. Ni siquiera para un imprevisto un poco “aparatoso”. Lo que viene se lidia a golpe de tarjeta de crédito… ¡y ya está!

   Como dicen por ahí (y por aquí), “quien ríe el último, ríe mejor”… pero nadie dice nada de lo sacrificado que es esperar toda una vida a que los demás dejen de reír.

   Y luego, cuando por fin llega el momento de echarse una buena carcajada (aunque en mi caso, todavía no sea así)… no te rías demasiado fuerte, porque ya tienes unos añitos… una hernia de disco (ahora entendéis el “alarde” de la bici y el buceo) y algunas otras averías con las que tal vez te pensarías el viajar a un país como Birmania…

   Cuando estamos pensando en nuestra independencia financiera, nos vemos siempre igual. Pero los años pasan, y lo que es fantástico para nuestro dinero, no lo es tanto para nosotros mismos… Y no es que yo esté mal, que me encuentro “de cine”, pero ese pie roto, esa hernia, ese músculo de la pierna que dijo basta y una dioptría que me condena a unas gafas de cerca que odio no entraban en mi plan. A día de hoy, afortunadamente, sigo dándole a la bici (aunque lo de las escaleras del Metro me parece un poco temerario), y al buceo (aunque ya casi hay más buceadores que peces), y sí, tengo en mente seguir viajando de vez en cuando, porque comparto con Fansworth que la meta no existe. La meta es recorrer el camino disfrutando… todo lo que se pueda, de la mejor manera que se pueda, y sobre todo, poder seguir teniéndolo en mente “mientras el cuerpo aguante”. Y… si aguanta, que me viene a la cabeza aquello de “certus est an incertus quando”. Sería una buena mofa del destino, ¿eh?

   Pero, ¡qué dura es la vida del buscador de independencia financiera! En días como hoy, me pregunto si realmente merece la pena todo ese esfuerzo… aunque solo con ver cómo está el patio, inmediatamente me recompongo y me digo ¡por supuesto! >>            

   Interesante reflexión. Muchas gracias. La verdad es que cuando he pedido a Ernesto su aporte, no esperaba ni de lejos una reflexión tan personal. Pero no por personal deja de tener todo el sentido del mundo. Ya tendréis tiempo de conocerle, porque es quien me ayuda con el aspecto tecnológico de este blog en un “quid pro quo” con el que los dos aprendemos muchísimo, y pasamos enormes ratos de disfrute.

  P.D.- El título de la entrada también es suyo. Hacer tratos es lo que tiene, que hay que cumplir con la palabra… y mi compromiso (entre risas) fue no cambiarle ni una coma.

«Downsizing».

  En algunas ocasiones de mi vida me han pedido consejo sobre asuntos de dinero. No sé si es un defecto o una virtud, pero en materia de dinero no tengo pelos en la lengua. Hablo claro y sin tapujos. A día de hoy sigo sin entender por qué es un tema que se trata tan cuitadamente. La frase “hay dos cosas que casi seguro que harás hoy: cagar y mover dinero” es mía. Aunque no nos demos cuenta, el simple hecho de despertarnos y encender la luz ya implica un gasto…

   En alguna de las conversaciones que mantengo, veo planes de inversión con potencial, viables y bien pensados. Pero en muchas ocasiones pasa que falta uno de los ingredientes para que la cosa llegue a buen término: o falta capital, o falta tiempo. Y viendo las cifras sé que el plan no terminará tan bien como debería. Y el dinero no se puede “inventar”, y el tiempo, menos.

   El escenario es el siguiente: se llega a la edad de jubilación en peor (normalmente “mucho peor”) circunstancia que durante la vida laboral. Y eso es duro. Pero no hay más tiempo, y aunque durante los últimos años de aportación al sistema de inversión se hizo un esfuerzo especial, en el momento en que se deja de recibir el salario y se empieza a cobrar la pensión, la minusvalía es muy significante.

   Y eso que ahora todavía hay pensión. En el futuro, ni siquiera eso. Y formar una cartera lo suficientemente robusta como para simplemente cubrir lo que la pensión daría, es un esfuerzo muy grande. Enorme si se tienen otras obligaciones (hipoteca, hijos, etc.)

       –  ¿Entonces?

   Entonces casi lo único que se pude hacer es un “downsizing” de tu vida. No es plato de gusto, pero es bastante lógico. Y de lo que se trata no es de vender todo para tener dinero, sino cambiar muchas cosas, para generar “músculo” en la cartera y poder vivir modestamente de lo que ésta nos dé… pero poder hacerlo indefinidamente.

   En este sentido es probable que haya que cambiar la vivienda familiar por algo más asequible. Suena duro, y lo es. Pero tiene mucha lógica: a medida que pasan los años se supone que los hijos deberían haber abandonado el hogar, y casi seguro que parte de la casa ya no tiene tanto sentido. Es sensato plantearse un “downsizing”: en el mejor caso, venderla para cambiar por otra más pequeña y destinar la plusvalía obtenida para reforzar la cartera. Pero también caben otras opciones: que el alquiler de esa vivienda familiar pague el piso más pequeño al que cambiarse (se conserva la vivienda). O, directamente, vender y encontrar algo que alquilar con el rendimiento de lo obtenido.

   El “downsizing” puede tener otras formas: en ocasiones un mero cambio de provincia (o de país, para los más avezados… aunque a los 65 me consta que nos “desinflamos” bastante en esto del “avezamiento”) puede significar una rebaja significante en el coste de la vida.

   Pero también hay que contar con el “downsizing natural”, que viene dado por el paso del tiempo, y las obligaciones que con ello desaparecen: se supone que los hijos se marcharán del hogar, y con ellos los gastos asociados. La edad misma, que hace que nuestro gasto en ocio sea más comedido (pero quizá tenga una contrapartida en gasto sanitario o de atención).

   A lo que voy: el futuro es muy incierto, pero somos nosotros mismos quien determinamos (ligeramente, todo hay que decirlo) el grado de incertidumbre que se nos viene encima. En el mundo de la inversión, no hay nada escrito, y puede pasar de todo. Podemos ser ligeramente previsores (por ejemplo: cuando la actual generación del “baby boom” español llegue a la edad de jubilación… unos cuantos miles de millones saldrán del mercado –por la recuperación de los planes de pensiones, por ejemplo-, y esto tendrá una consecuencia notable. Puede pasar que la gente se quede entrampada en la Renta Variable. Puede pasar que esa salida de capital provoque una disminución en el dividendo de las empresas españolas…).

   Llegado a este punto, las conclusiones que hay que obtener deben poder responder a preguntas como: ¿Cuánto capital neto estimo que percibiré de mis inversiones cuando me jubile? ¿Tendré que recurrir forzosamente al “downsizing”?.

   Y es lo que hay. Si no hay suficiente capital o si no disponemos del suficiente tiempo para ejecutar nuestro plan financiero, el “downsizing” (si es factible) tal vez pueda llegar a mejorar nuestra existencia… y, no lo sé, pero tal vez sea ese poquito que nos faltaría para llegar a la (f)independencia.

Imprevistos previsibles.

   Un plan no deja de ser un plan. Y la ejecución del plan casi nunca resulta en lo esperado. No nos engañemos. La realidad es así.

   Esto viene a colación de esa hoja Excel que todos hemos hecho en algún momento. Tú sabes cuál es: esa en la que hemos puesto nuestra cartera, los años, nuestro incremento anual, el tipo de interés… y lo hemos estirado hasta ese hipotético futuro en el que todos somos millonarios.

   En el mejor de los casos, habrás contado con la inflación…

   Ese es el plan.

   Pero, ¿qué pasa luego con la ejecución? Pues eso, que, para variar, nunca resulta en lo esperado.

   El plan empieza, normalmente bien, pero casi siempre pasan cosas, y se producen desviaciones sobre lo previsto.

   Una avería en el coche.

   Un imprevisto en la boca.

   El capricho sobre el que no fuiste capaz de evitar la tentación.

   Una dioptría que se presenta sin avisar + montura + cristales.

   La caldera, que ha empezado a hacer un ruidito…

   …

   Váyase Vd. A saber.

   Y cada línea, con su importe asociado, claro.

   Pero nuestra hoja Excel no contempla nada de esto… Nosotros aportamos, y el papel lo soporta todo. Y a los 65, todos millonarios.

   Pero el coche ya tiene casi 12 años, ese dolor en la muela te resulta cada vez más insoportable, tu bicicleta nueva es una pasada (también de cara), llevas gafas y la caldera está a dos duchas de dejarte en mitad del aclarado.

   Son sólo algunos ejemplos… Los imprevistos aparecen, y tú lo sabes.

   Está claro que no es lo mismo un imprevisto de 1000€, que tener que cambiar de coche. Y por supuesto, los imprevistos no afectarán del mismo modo a una cartera de 10.000€ que a una de 100.000€. Pero ahí están. Fuera de los planes de casi todos. Y con una afección real sobre todos.

   Limarán tiempo. O limarán dinero. Tardarás más en llegar a tu meta, o lo harás en condiciones un poco peores.

   De lo bueno que sea tu plan (y de lo previsor), dependerá que puedas hacer frente a imprevistos de 1000, 2000, 3000 €uros sin despeinarte… o incluso que prefieras pagar un coche “a toca teja”. Pero el plan se verá afectado: habrá que reponer el dinero del colchón de seguridad o habrá que posponer esa compra de acciones que te rondaba la cabeza…

   Lo malo de los imprevistos, es precisamente eso, que son imprevistos… Pero ¿siempre es así?

   Será cuestión de nomenclatura. Pero tal vez pueda preverse que no merece la pena mantener un coche más allá de 20 años, que habrá algunos gastos inevitables en salud, en la casa o algún capricho irresistible. Tal vez se pueda. Y si se puede, pues dejemos que esa dosis de realismo empape nuestro plan, porque así nos defraudará menos y, por el contrario, nos motivará a ser más ambiciosos a la hora de trabajar para llegar a la meta.

   El papel lo soporta todo. Incluso los imprevistos.

   Pero nunca diré nada malo de los planes. Jamás. Los planes son necesarios. ¡Tienes un plan!… y eso ya es mucho (muchísimo más) de lo que la mayoría tiene. Es tú plan, el compromiso que te gustaría poder adquirir. Tu declaración de intenciones. Y, tenerlo, en mejor o peor modo, estoy seguro de que te ayuda a acercarte a tu objetivo. Y si los imprevistos que planeaste finalmente no llegaron a materializarse… ¡estupendo!… ¡antes llegarás a conseguir la (f)independencia!

Las cuentas claras y el chocolate espeso.

   Un comienzo para darte cuenta de por qué no consigues hacer despegar tu situación financiera es ser consciente de que ganas mucho menos de lo que te crees. No te culpo. Hay un interés general en que no seas consciente de ello.

 Precisamente, ser consciente de esto te va a permitir reaccionar ante ello.

   Si has vagabundeado por este blog, en una de esas te has topado con el ejemplo de la nómina de Juan. Tal vez te parezca una exageración, pero es tan real como aterrador.

   Por si no lo conocías, este ejemplo de Juan es el máximo exponente de los Intereses Ocultos sobre los que hemos hablado en alguna ocasión. Supongo que te estarás preguntando porque en tu nómina no aparece todo ese desglose, incluyendo lo que tu empleador paga por ti al estado. Vaya. Yo también me lo pregunto.

   – ¿Y tu?, ¿sabes realmente cuánto ganas?

   Antes de responder, incluso conociendo el ejemplo de la nómina de Juan, voy a hacer un pequeño ejercicio con sus números.

   Pues comencemos: Juan. Netos, antes de cualquier gasto percibe 1227, 84€ (si has visto el video, esto es lo que le queda a un “dosmileurista” después de pasar por la “muela” del estado. El cálculo corresponde a los 2000€ brutos – 511,35€ de Seguridad Social – 166,28€ de retención del IRPF – 69,97€ de Contingencias Comunes – 24,56€ de Formación y desempleo).

   Pero a los números de Juan todavía les faltan algunas matizaciones que nadie calcula: el coste de ir a trabajar, que puede variar bastante, pero sobre el que pongo un ejemplo bastante común.

   Dos trajes al año (por eso de tener uno de repuesto mientras el otro va al tinte). A 100€ por traje (y ya nos cuesta dar con esta oferta), suman 200€.

   Dos pares de zapatos al año (a 40€/par, y de nuevo ya va siendo complicado dar con la oferta), suman 80€.

   Transporte público (un abono o equivalente, redondeado a 50€/mes), al año laboral, 11 meses, contando con que tienes un mes de vacaciones, 550€.

   Y pongo transporte público para que no te eches a llorar, porque si tu opción es tu coche particular, una cuenta bien echada pasaría por calcular la parte proporcional destinada a llevarte al trabajo de impuestos, seguro, mantenimiento, y si me apuras, del coste del vehículo.

   Y si te tomas un café por la mañana, a un eurito, sumaremos 20€ al mes, totalizando 220€ por 11 meses. (Espero que no dejes de tomar café después de leer esto… no te vuelvas un tacaño. Es un gran estimulante y… por algo es la segunda materia prima, después del petróleo, más negociada del mundo).

   En resumen, un cálculo rápido, contabiliza que el simple hecho de ir a trabajar todos los días te cuesta 1050 €urazos. Si lo dividimos entre los 11 meses que trabajas, sale a otros 95,45 €uros a restarle a tu neto.

   Pobre Juan, a sus 1227,85 hay que restarle otros 95,45 €. Al final, neto, antes de meterse en gastos, y descontando este, llamémosle, “coste operativo” (lo que te cuesta ir a trabajar), le quedan 1132,4 € al mes.

   Si me lo llevo con un burdo –pero ya verás que ilustrativo- cálculo, a un mes de 4 semanas, Juan gana 283€ a la semana. Y si la semana es de 40 horas, a Juan la hora le reporta 7,07 €.

   Espeluznante. Puede que Juan no sea el primero que para poder ir al trabajo pague a alguien que te arregle la casa… a 9 o 10 €uros la hora… pagando esas horas, sin haberse pardo a pensarlo (y en muchos casos sin alternativa), a más dinero del que gana en el mismo periodo de tiempo.

   A lo que voy. Las cuentas claras y el chocolate espeso. De este cálculo barato que he dejado caer por aquí, matizable y criticable de mil maneras, y desde mil puntos de vista, lo que tiene que quedar bien claro, es el detalle al que hay que entrar para tener las cuentas claras. Y con mayor o menor acierto, pensar y hacer las cuentas. Por lo menos eso, pensar en ese “coste operativo” que casi toda actividad tiene asociada.

   Esto vale tanto para lo que uno gana, como para comprarse un coche nuevo, como para elegir entre hipotecarse o alquilar… El “yo me compro un piso, porque el alquiler me saldría igual”, ha sido una frase muy oída durante muchos años… y muy pocas veces cierta si se echan bien las cuentas. Una casa en propiedad soporta IBI, averías, comunidad, derramas, seguro… Un alquiler, una cuota única más gastos (luz, agua, gas, teléfono). Pero si se rompe la caldera, para el inquilino el coste seguirá siendo el mismo, mientras el propietario se rasca el bolsillo.

   Las cuentas, claras. Porque el que madruga todos los días para trabajar, eres tú. Y estoy seguro de que tener las cuentas claras te acerca un poco más a la (f)independencia.