«Invertir no el lo complicado» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.
En los últimos tiempos estoy compartiendo tiempo con un grupo de personas que acaban de empezar a invertir. Su acercamiento al mundo de la inversión tiene un comienzo discreto y siguiendo los que por aquí predicamos, han empezado sacrificando una noche de tapeo. Poco a poco van interiorizando qué es esto, en qué consiste y, sobre todo, por qué tenían una concepción previa (infundada y equivocada) del mundo de las finanzas personales.
A medida que pasa el tiempo, muchas de sus dudas se van disipando. Pero entonces se ven en que tienen que combatir el “reverso tenebroso” de la impaciencia.
Empezar poco a poco tiene la ventaja de que permite reflexionar mucho sobre lo que se está haciendo. Pero también la desventaja de que esa misma reflexión lleve a pensar por qué no se ha hecho nada antes, y eso es precisamente lo que genera esa sensación de tiempo perdido que hay que recuperar.
Es curioso ver como poco a poco van desterrando tópicos que no saben a ciencia cierta cómo se instalaron en su mente:
- Es arriesgado.
- Hay que tener mucho dinero.
- Es muy complicado.
- Hay que dedicarle mucho tiempo y estar pendiente todo el día.
Pero el tiempo pasa, y la ruina no llega, y el dinero fluctúa, y no resulta complicado ni hay que dedicarle tanto tiempo (aunque sí, lo miran –y sólo eso- a diario, a ver si sigue ahí, a ver si ha subido, a ver si ha bajado…)
Y sigue pasando el tiempo, y poco a poco se pierde el interés… al fin y al cabo, sólo pasa eso, que la cotización fluctúa… Y ya no miran tanto. Pero casi sin darnos cuenta, toca volver a comprar. Y ese momento reactiva de nuevo todo el interés por la inversión.
La experiencia me dice que una vez que se experimenta con dinero propio, en muy poco tiempo se cuestionan todas esas creencias y se pasa a ese segundo estado en el que predomina la sensación de haber perdido el tiempo. A la par, se recupera el interés por las matemáticas, y aparecen en la mente ese tipo de cálculos que nos engolfan la mente y nos proyectan a un futuro de abundancia (nada lejos de la paradisiaca playa lejana y el daiquiri)…
Y sí, para llegar a eso hace falta mucho dinero, y mucha constancia, pero una vez dado el primer paso, el camino se ha comenzado. Y hay que gestionar la expectativa: porque pocos llegarán. Muy pocos. Casi ninguno. Es más, ni siquiera se trata de eso. En un viaje, no es el destino lo que importa. Es la experiencia. Es el viaje en sí.
Lo que realmente se tarda en interiorizar, y la verdadera dificultad de todo esto, más que todo lo que supone invertir (que eso al fin y al cabo es muy sencillo), es componer la ecuación para no hipotecar el presente por un futuro que no sabemos qué nos deparará. Ni siquiera si llegará, aunque esperemos que sí. Para guardar y gastar al mismo tiempo. Para ser comedido en los excesos (y no excesivo en los comedimiento, que –es una opinión- es mucho menos divertido), para poder llegar a ser solidario (siempre digo –medio en serio, medio en broma- que limpio mi conciencia inversora y capitalista con las aportaciones a las ONGs con las que colaboro), para poder despreocuparme por un imprevisto… o por dos…, para poder ser generoso, y a la vez prosperar. Todo, disfrutando el camino.
Esa es la ecuación complicada.