Ayer leí un artículo sobre la reforma de las pensiones. La última. La enésima. La verdad es que no suelo prestar demasiada atención a este tipo de noticias, porque estoy firmemente convencido de que cuando llegue el momento, la pensión será “lo que toque”. Ni más ni menos que lo que haya en el momento que lo haya. Legislado y reformado como toque en ese momento. Tengo la impresión de estar en Montecarlo: ahora que estoy trabajando, la bola de la ruleta sigue girando, y cuando pare… pues lo que toque. Aquí, pues podremos haber apostado al rojo (positivamente, confiando en el sistema), o al negro (pues eso, como el que intuyo yo será el futuro de las pensiones)… pero en algún momento, la ruleta parará y la bola terminará por decantarse hacia un color.
No entraré (una vez más) a dejar escrito por aquí mi pesimismo con respecto a este asunto, ni mi desconfianza hacia el sistema. Lo que me preocupa es precisamente eso, que un tema tan serio sea a la vez tan… ¡volátil!. Y lo más preocupante, que se trate de manera tan “liviana”, sin un análisis en profundidad (del escenario de las pensiones en su conjunto, de su importancia, de la reforma, de su consecuencia a corto y largo plazo…)
Creo que el gobierno pone firma a una reforma de las pensiones que directamente no contempla su sostenibilidad, y eso hace que la ruleta que ahora gira para mí, demuestre, cuando mi bola se detenga, que estaba trucada: que hay muchas más casillas negras que rojas.
A mí, afortunadamente, este “juego trucado” me coge ya con la lección interiorizada, pero me preocupa el escenario “en conjunto” que poco a poco se está normalizando: un escenario en el que los jóvenes no pueden acceder a un trabajo, los mayores no pueden dejar de trabajar, y si pueden, les sale caro (por aquí va esta última reforma de las pensiones), y en muchos casos ya, los que no trabajan, ponen su mísera pensión como ayuda a los primeros…
El ascensor social está estropeado: antes, estudiar una carrera incrementaba significativamente las probabilidades de poder prosperar en la vida y consiguientemente, poder ser previsor de cara al futuro. Ahora, mucho menos: tener un buen currículum académico no sólo no garantiza nada, sino que además, el escenario del desempeño laboral tampoco es el mismo: más inestabilidad y más precariedad. ¿Cómo nuestros jóvenes van a interiorizar que, como previsión, hay que completar la pensión pública si con su salario consiguen subsistir a duras penas? ¿Qué compromiso laboral podemos exigirles si el propio sistema tampoco se compromete con ellos? ¿Cómo convencerles de que el futuro casi siempre llega… si ese futuro no promete nada más que incertidumbre?
Antes, estudio y trabajo sí que situaban a las personas en el ascensor social. Ahora, el ascensor social se ha detenido en una planta donde nos acumulamos todos… juntos y revueltos… los que acaban se subirse, los que ya están ahí, y los que se quieren bajar… todos a la misma planta, la de la subsistencia y muy poco más.
Y sí, entre toda la caterva (dicho con respeto, porque pertenecer a ella es casi por obligación), estamos los inconformistas, remando un poco a contracorriente… planteándonos que si el ascensor social no nos lleva a la planta que queremos llegar, es mejor bajarse y ponerse a subir las escaleras. Paso a paso. Con esfuerzo. Mejor eso que seguir en esa entreplanta, atrapado, esperando a que suceda algo para lo que nosotros sólo somos el agraciado sujeto receptor… porque no nos planteamos que el ascensor vaya a estar así, parado, tanto tiempo…No concebimos que no vaya a suceder nada, que las cosas no vayan a ir a mejor, que pase el tiempo y cuando queramos darnos cuenta veamos que seguimos atrapados en la entreplanta…
Y puede ser que sea el mejor de los casos, porque con tanta acumulación de gente en la misma situación, puede ser que ese ascensor social que antaño llegaba hasta la prosperidad, ahora, poco a poco, vaya descendiendo. Poco a poco. Sin prisa, pero sin pausa.